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Cantero, Oscar Daniel
Columnista MTH

Andresito y la eterna vigencia de los derrotados

30 Nov. 2017 19:08 Andresito Guacurarí
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Andresito por Areco

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Opinión de Oscar Daniel Cantero

La figura de Andresito hoy nos parece semilegendaria, como si fuera un héroe salido de una cosmogonía antigua que llevó adelante luchas titánicas contra fuerzas inmensamente mayores a las suyas. Y en el medio de esta lucha, fue apresado y llevado prisionero a Río de Janeiro donde su rastro desapareció. Este final incierto no hizo sino aumentar el aura que envuelve al comandante guaraní. Esto responde, en parte, a un aspecto propio prácticamente de la naturaleza humana: la idealización de una figura relevante que muere o desaparece mientras atraviesa su momento culminante. Esto se dio tanto en el ámbito de la política como en el arte (como sucedió, por ejemplo, con John Lennon, Jorge Cafrune y Rodrigo Bueno) y aún del deporte (Ayrton Senna, Ringo Bonavena).

La desaparición de Andresito se vincula directamente con la derrota de un proyecto político, que tuvo su precaria materialización en la conformación de la Liga de los Pueblos Libres bajo el liderazgo de José Artigas. El fracaso de ese proyecto a partir del apresamiento de Andresito y el exilio de Artigas tuvo profundas consecuencias. Fue también la derrota del sueño de los pueblos originarios de formar parte de un país que fuera independiente, pero también más igualitario, en el que hubiera sitio para sus ancestrales tradiciones y formas alternativas de entender la política. Fue la derrota de una utopía generada en el Litoral que constituyó el punto culminante de la Revolución sudamericana, su momento más radicalizado en el que las ideas republicanas y libertarias de cuño europeo se combinaron con un intento de reformar la sociedad, haciendo que los infelices fueran los privilegiados, en el que la tierra no se concentrara en manos de los hacendados sino que se distribuyera entre “los negros, los indios y los criollos pobres”.

Esa rebelión plebeya que amenazaba los privilegios de las clases dominantes trascendió ampliamente las fronteras rioplatenses. La propia corte portuguesa, por entonces residente en Rio de Janeiro, temió que la radicalización campesina se contagiara entre los gaúchos mestizos de los campos riograndenses, por lo que en 1816 se inició una campaña de invasión que contó con el brazo ejecutor de las veteranas tropas que habían combatido a Napoleón en Europa. En 1817, al mismo tiempo que las tropas lusitanas ocupaban la Banda Oriental, los pueblos misioneros eran arrasados con el objetivo de dejar a Artigas sin base de sustentación.

Este año se cumplieron precisamente doscientos años de la destrucción de las Misiones, uno de los episodios más trágicos de nuestra historia. Las antiguas reducciones creadas por los padres de la Compañía de Jesús fueron arrasadas, destruidas y quemadas. Los portentosos templos de Brasanelli fueron demolidos. La población se dispersó en un amplio abanico que comprendía no solo las provincias del Litoral argentino, sino también el sur de Brasil y el norte del Uruguay. Los fértiles campos fueron vaciados sistemáticamente: el ganado fue arreado al otro lado del Uruguay y los cultivos fueron quemados. Los ornamentos de las iglesias fueron saqueados y trasladados a Porto Alegre. Andresito reorganizó sus fuerzas dispersas y siguió presentado batalla por dos años más, pero finalmente fue derrotado y tomado prisionero.

Pero la utopía no pudo ser destruida. Domingo Faustino Sarmiento, quien defendió medio siglo más tarde un proyecto de país abiertamente antagónico al de Artigas y Andresito, dijo sin embargo una profunda verdad cuando afirmó aquello de que “las ideas no se matan”. No es algo nuevo. El cristianismo medieval ya sabía claramente (e hizo buen uso de ello) que, por el contrario, el martirio no hace más que reavivar la fe. Con las ideas políticas pasa exactamente lo mismo. Por eso los líderes indígenas derrotados como Túpac Amaru, los Katari del Alto Perú, Sepé Tiarayú y Andrés Guacurarí no pueden ser nunca derrotados, porque su imagen misma se convirtió con el paso del tiempo en bandera de lucha y reivindicación de los sectores oprimidos. Y esto no se limita a un tiempo histórico ni a un sector étnico determinado: se pueden encontrar ejemplos similares a lo largo de toda la historia, desde Espartaco hasta el Che Guevara.

La vigencia de los derrotados del pasado, los rebeldes primitivos como los denominaba Eric Hobsbawm, es un llamado al presente que debe saldar las deudas de una historia inconclusa. Es una brújula hacia el futuro. Las utopías tal vez nunca se puedan concretar, pero al aglutinar a los pueblos en torno a un proyecto colectivo son siempre un aliciente para seguir caminando y no bajar los brazos.

Por Lic. Oscar Daniel Cantero, especial para MTH

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