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Camogli, Pablo
Responsable MTH

¿Cuándo comenzó la revolución en Misiones?

6 Junio 2017 09:34 Contame una historia
Revolución Misiones
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Al momento del estallido revolucionario en el Río de la Plata, Misiones se encontraba bajo una situación de gran inestabilidad administrativa y territorial. Los desaguisados de la corona española en la región durante la segunda mitad del siglo XVIII, más el reflujo social del pueblo guaraní luego de la derrota durante las “guerras guaraníticas”, hicieron del espacio misionero una zona de tensiones crecientes entre los poderes vecinos.

En muy poco tiempo, buena parte de las poblaciones guaraníes se plegarían a la revolución y la lucha independentista. Lo harían como siempre, privilegiando sus propios intereses por sobre idearios que no los interpretaran cabalmente. Quizás a esto último se deban los titubeos que generó en los cabildos misioneros el arribo de la noticia de la conformación de la Primera Junta en Buenos Aires. El que no titubeó, fue el gobernador de Misiones, Tomás de Rocamora, que fue la primera autoridad de dicho rango en reconocer al nuevo gobierno en todo el ámbito del virreinato del Río de la Plata.

 

Invitaciones circulares

 

El 27 de mayo, el primer gobierno patrio envió circulares a las ciudades del interior del virreinato. Allí se les informaba sobre el Cabildo Abierto y se las invitaba a designar diputados para ser incorporados a la Junta “conforme y por el orden de llegada a la Capital”. Recién al día siguiente, serían informados los gobiernos extra virreinales, como el virrey del Perú, el capitán general de Chile, el gobierno de Brasil y, obviamente, el embajador británico en Río de Janeiro.

Poco tiempo antes del 25 de Mayo, se había producido la designación del coronel Tomás de Rocamora como gobernador de Misiones. Este instaló su capital en Yapeyú, lugar donde recibió, el 18 de junio, la circular revolucionaria. La respuesta fue ipso facto y en los siguientes términos: “mi reconocimiento a V.E. y contribuiré con cuanto de mí dependa, a propagar y mantener la uniformidad de los mismos sentimientos, como sostén actualmente preciso para la conservación territorial” (en Poenitz y Poenitz, Misiones provincia guaranítica, Posadas, Ed. Universitaria, 1998).

Claro que, hasta allí, no era más que la respuesta casi que individual de un gobernador. Por lo tanto, Rocamora se dirigió a los subdelegados locales para transcribirles la circular y predisponerlos a reconocer al nuevo gobierno. Los tres departamentos misioneros de la época eran gobernados por José de Lariz en Yapeyú, Francisco Lobato en Candelaria y Pablo Thompson en Concepción.

Se sabe que Lobato convocó a los corregidores y a los caciques guaraníes para ponerlos en conocimiento de la situación. El 8 de julio se resolvió, en la sede capitular de Candelaria, el avenimiento del departamento al nuevo gobierno. De esta forma, las poblaciones nativas de la costa del Paraná se sumaban a la revolución por decisión de sus propios líderes. En el mismo sentido habría actuado Lariz en Yapeyú, pese a que luego se mostró propenso a sostener las ideas realistas, por lo que fue remitido a Buenos Aires junto al cura dominico Fray Lorenzo Gómez.

Con Thompson la situación fue muy distinta. Desde un comienzo el subdelegado se rehusó a prestar juramento, y en poco tiempo se evidenció sus tratativas con el gobernador-intendente de Paraguay, el coronel Bernardo de Velasco, ex administrador de Misiones. La región ingresó, de esta forma, en una etapa de creciente tensión entre los poderes locales, en especial entre Rocamora y los subdelegados.

 

Una revolución emergente

 

La revolución en Misiones emergió desde sus bases. La circular de la Junta, individualmente interpretada por Rocamora, fue abrazada como causa política por la gran mayoría del pueblo misionero. En la década siguiente, nuestra provincia sería el escenario de una lucha titánica contra diversos poderes: el absolutismo español, el estado esclavista de Portugal, el expansionismo paraguayo y correntino y el centralismo porteño.

Esta decisión de lucha por parte del pueblo misionero no puede ser interpretada como fruto del “barbarismo” o la “incultura” de las masas guaraníes. Está claro que estos carecieron de los principios liberales de las elites revolucionarias, pero ello no les impidió reconocer la importancia del momento histórico y abrazar la causa de la revolución. La rapidez con que lo hicieron y la consecuencia política que mantuvieron durante toda la década (cuando ya vastos sectores sociales se habían replegado e intentaban restaurar parte del orden perdido), son datos que permiten confirmar el alto grado de conciencia política y social de los guaraníes.

Pero, además, sirven para dimensionar el carácter de la revolución americana. La escuela fundacional de la historiografía nacional ha perpetuado la idea del carácter liberal-burgués de la revolución, lo cual puede ser entendible para Buenos Aires (y hasta cierto punto), pero que es incompatible con lo que fue la revolución en Misiones y en otras regiones del continente. El pueblo guaraní tenía una ideología propia y ancestral al momento de la revolución y fue esa forma particular de entender la vida, la que llevó a sus caciques a sumarse a los cambios que se avecinaban. La propiedad privada, la libertad de prensa y el libre comercio, no eran objetivos para la revolución misionera. Sí lo fueron la autodeterminación, el fin del sometimiento y la defensa de la posesión comunal de la tierra. La pronta irrupción de Andrés Guacurarí y Artigas como Comandante General de Misiones, ratifica esta línea de acción de los guaraníes, que escribieron su propia historia revolucionaria e independentista.

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