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Fernández Long, Pablo
Columnista MTH

Operación Toba II: Terror en la colonia

5 Enero 2024 09:54 General
Producción MAM
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Pedro Peczak en la cocina de su casa

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La represión durante la dictadura en Misones.

Los meses de octubre y noviembre de 1975 fueron decisivos no solo para Pedro y sus compañeros. Poco tiempo atrás había comenzado, a nivel nacional, el “ajuste” económico que, si bien había tenido que retroceder ante la movilización obrera, comenzaba a recuperar terreno político, hasta culminar en marzo con el Plan Martínez de Hoz.

La recesión económica golpeaba a los sectores sociales donde militaban las organizaciones obreras, juveniles, estudiantiles y barriales, a la par de que el hostigamiento del accionar, todavía semi clandestino, de las FFAA, las Tres A y el Comando Libertadores de América, se ensañaba con los militantes de superficie, particularmente en el ámbito fabril.

En Misiones los empresarios del té y la yerba habían recuperado poder y querían venganza de las conquistas logradas por el MAM durante los años 71, 72 y gran parte del 73.

También en octubre de 1975 el gobierno nacional ordena al Ejército aniquilar la subversión. Lo que puso en marcha las operaciones del terrorismo de estado largamente planificadas por las fuerzas armadas.

La discusión entre los compañeros del MAM, convertido ya en LAM se dio en un contexto muy particular de impasse. Para entonces, muchos de estos compañeros se habían incorporado a la Organización Montoneros. Pero la ubicación marginal de esta experiencia montonera en Misiones, en relación al centralismo porteño, posadeño y orgánico no hacía pensar en lo extremo de la represión que se desataría un año después.

En estas discusiones había dos posturas claras y opuestas: la de algunos compañeros que planteaban retirarse, sacar la militancia a Brasil y Paraguay. Esta postura se basaba en una lúcida crítica política de la coyuntura, y se proponía esperar a que se agote la ofensiva del enemigo.

La postura de Pedro, en cambio, era más acorde al discurso épico donde el ataque del enemigo era analizado como un intento desesperado de parar la revolución que parecía al alcance de la mano. No era momento de derrotismo si no de resistir junto a quienes habían protagonizado las luchas de la última década, las familias de la colonia.

Pedro se preparó para resistir. Mantuvo los contactos con el resto de la militancia en la provincia y profundizó los lazos políticos entre los núcleos que habían acompañado a parte de la dirigencia del MAM en las Ligas. Estableció contactos ocasionales y efímeros con la estructura orgánica. Sostuvo, probablemente, una mirada acorde a la línea oficial, tal cual se podía ver en las editoriales de los “Evitas Montoneras” que ocasionalmente les llegaban.

Los recursos con los que contaban para resistir eran justamente una red de familias que habían participado de las luchas y que habían comprendido la necesidad de ir a la raíz del problema: el capitalismo y su ética. Algunos más, otros menos. Pero habían vivido durante años una realidad distinta, de solidaridad y construcción colectiva donde las mujeres habían ganado muchísimo terreno y habían tejido un poder femenino que al enemigo no le pasaría desapercibido y que merece ser más recordado.

De fierros y plata, nada. Las armas con que contaban eran las que circulaban entre los colonos: algún rifle, escopetas y revólveres, más algunas pistolas .45. Armas útiles en el combate urbano, pero bastante deficientes para el monte. Plata, nada de nada.

Pero la figura de Pedro y de las otras compañeras y compañeros que impulsaban los núcleos más combativos, le daba unidad y sentido a la lucha de cada uno de los miembros de esa red. “Pedro era un predicador”, podemos leer en los testimonios publicados por Misiones: Historias con Nombres Propios. El Cosaco sostenía con su presencia el ánimo colectivo.

Y Pedro estaba enamorado. Su amor con Matilde Zurakosky fue un amor acorde a los tiempos que se vivían, revolucionarios. Tanto en ese momento como ahora había miradas críticas a esa relación entre un hombre adulto y una joven, hija de su compañero, amigo y subordinado, Eduardo.

Pero en enero de 1976 se casaron y a la fiesta concurrió gran parte de la militancia local, incluso los que no acordaban con la estrategia de resistir bajaron de sus refugios para participar. Según sus recuerdos no se habló de nada más que de cuestiones familiares.

Matilde y Pedro se van de luna de miel a Iguazú y después vuelven a la chacra y viven en una tensa calma hasta el golpe.

Sobre esto cuenta Eduardo Zurakosky: “Pedro pensaba que iba a ser un golpe más cruento que los anteriores, pero más o menos de ese orden y que sería cuestión de aguantar un poco para recuperar terreno en cuanto aflojara”.

Eduardo dudaba. Finalmente, el golpe llegó y poco a poco comenzó a caer la gente, al principio siguiendo el orden de los allanamientos en busca de las personas ya señaladas en sus domicilios legales. Algunas caen, pero la mayoría empieza a moverse en circuitos de semiclandestinidad.

Pedro y Matilde comienzan a peregrinar de la mano de Eduardo y demás compañeras y compañeros que manejaban el territorio por distintas chacras y localidades del interior misionero. Esta red se presenta como eficiente en los primeros tiempos y comienza a dar refugio a los compañeros de Posadas, Montecarlo y otras áreas urbanas.

A esto se sumaba la circulación de compañeros de otras regiones que ya desde el 75 buscaban refugio en Misiones.

La camada de compañeros de la Agrupación de Campesinos Peronistas, formada por Pedro para encuadrar a los compañeros que, sin haberse incorporado a Montoneros, reconocían su liderazgo en la resistencia, empieza a tomar relevancia en esa red. Mueven alimentos y compañeros hacia los campamentos donde se empiezan a nuclear los más buscados.

Siempre bajo la mirada atenta de las Fuerzas Conjuntas que, lentamente, se van desplegando y ocupando las rutas y los caminos, realizando controles de población masivos y rastrillajes chacra por chacra, con el sentido de ir sembrando el terror y la idea de que era inevitable su triunfo.

Pero la militancia continuaba, se discutía la situación política y se sostenía una disciplina en esos campamentos. Se veía a Pedro, a la maestra Susana Ferreira o al Negro Figueredo caminar la zona, conversar con los colonos y discutir la explotación capitalista.

Mientras tanto el general Ramón Díaz Bezone, jefe de Zona 2, le pegaba una apretada al gobernador coronel Beltrametti, a cargo del área 232, para que liquidara la “resistencia montonera”. Es que además de los objetivos propios de la oligarquía en la provincia, el plan del Ejército había establecido la prioridad de la ocupación de Misiones por su condición de posible retaguardia de una guerrilla rural, que nunca existió, y por la política de fronteras, donde se quería establecer un límite a lo que en la mentalidad militar era la amenaza brasilera.

Para el día de la madre de 1976 esos compañeros de agrupación que habían abastecido los campamentos, colgaban de las ramas del tung.

Algo había desencadenado una ofensiva puntual de las fuerzas conjuntas por atrapar a Pedro y las otras personas buscadas.

¿Dónde está Peczak?, gritaban al voltear puertas o irrumpir en las cocinas. Durante unos 20 días toda la zona centro de Jardín América a Panambí, de Oberá hasta más allá de Aristóbulo del Valle, de Puerto Leoni a San Javier, asistió a una saturación del espacio por parte de las fuerzas conjuntas cuyo comando estaba en Apóstoles. No capturaron ningún campamento, pero los hicieron imposibles.

El cerco se había cerrado. Ahora comenzaría el aniquilamiento.

Por Pablo Fernández Long, especial para MTH.

Foto: Pedro Peczak, en la cocina de su casa, en los Helechos. En esa chacra nació, vivió y militó, hasta su batalla final.

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