Guainos, prostitutas, mujeres, ayudantas… nunca trabajadoras
El rol subalterizado y secundario de la mujer en la ruralidad yerbatera.
La fuente más apropiada que disponemos para analizar las representaciones, las significaciones y las maneras en que son descritas las prácticas de las mujeres en los yerbales es el informe de José Elías Niklison. En él, además de “aparecer” como prostitutas, codiciosas, malgastadoras, especulativas, entre otras formas, su trabajo es descrito pura y exclusivamente como ayuda familiar. Es más, las coloca en la categoría de guainos, es decir ayudantes: “los tariferos acompañados de sus mujeres –excelentes guainos– emprenden las marchas hacia el manchón verde”. Asimismo, define el término guaino de esta manera: “Guaino, en lengua guaraní, significa muchacho, pero en los trabajos del Alto Paraná se usa el término bajo la acepción de ayudante o ayudanta” (Niklison, 1914: 94).
Por otra parte, si bien Niklison describe a las mujeres como prostitutas en diferentes ocasiones a lo largo del informe, es en otra fuente donde podemos apreciar mejor este tipo de representación:
El peón yerbatero ¿con qué intentará consolar sus dolores? ¿La Mujer? … El 90 % de las mujeres de la mina son prostitutas profesionales; a pesar del hambre, de la fatiga, de la enfermedad y de la prostitución misma, estas infelices paren, como paren las bestias en sus cubiles. Niños desnudos, flacos, arrugados antes de haber aprendido a tenerse en pie, extenuados por la disentería, hormiguean en el lodo, larvas del infierno a que vivos aún fueron condenados. Un 10% alcanza la virilidad. La degeneración más espantosa abate a los peones, a sus mujeres y a sus pequeños. El yerbal extermina una generación en quince años (Barret, 1971 [1908]: 6).[1]
Este periodista anarquista, le otorga el carácter de peón sólo a los varones y, si bien sostiene que ellas también trabajaban, la “profesión” que les atribuye es la de “prostitutas”, desvalorizando el trabajo de las mujeres en los yerbales como cosecheras. Ante esto, se torna necesario atender a la significación que se daba a los cuerpos femeninos en general y a sus sexualidades en particular, pero centrándonos en nuestra fuente principal –el informe Niklison–.
Claro está, que no es posible deslindar el concepto de prostitución –en este caso femenina– en los yerbales, de la construcción social de los géneros, de las distintas atribuciones sociales de lo que significaba ser mujeres y de las enfermedades venéreas. En los años que Niklison inspeccionó Misiones, la prostitución era legal en Argentina y las mujeres eran consideradas propagadoras del mal venéreo.[2]
La prostitución cobra vital importancia en el informe, no tanto por la imagen social de “mala mujer” sino más bien por el “comportamiento económico” de la misma. Ese “comportamiento económico” no aparece descrito en términos de intercambio sexual por dinero pactado, sino más bien con relación al sistema de anticipo[3] y enganche[4] del trabajador varón. Según Niklison, el mismo funcionaba por medio de dos intermediarios: el conchabador y la prostituta.[5]
El barrio obrero de Posadas… la Bajada Vieja. Es una fatigosa e interminable sucesión de construcciones de madera, mezquinas y sucias, que sirven de asiento a tabernas y burdeles, más ruines aun. Las puertas, cuando se recorre el barrio, parecen multiplicarse, y cada una de estas deja ver el negocio aparente, sí, porque en realidad es la prostitución clandestina la fuente principal de sus ganancias. En ese barrio… es donde reside el peón los días de su corta permanencia en la ciudad y allí donde lo busca el conchabador que lo asegura para la inmediata contrata (Niklison, 1914: 53).
Rescatando la atención al detalle de Niklison, no nos detendremos en analizar a la prostitución –femenina– como intercambio económico por servicios sexuales entre agentes de edad adulta, más bien nos interesa indagar qué papel juega y cómo ha sido producido el “punto de vista” del autor en ese mundo social, donde las mujeres son prostitutas, sirven como señuelo para conchabar a los obreros y “colaboran” para extenuarlos físicamente. El inspector de Estado, pudo notar, mediante la observación personal y la autorizada opinión de médicos locales, que la sífilis y la tuberculosis eran las enfermedades más comunes que abatían a los mensú, adquiridas por “la vida desordenada, abierta a todos los excesos de los centros de conchabo…” o por “una ley de herencia” (Niklison, 1914: 128), es decir por mantener relaciones sexuales en el Barrio La Bajada Vieja o en los yerbales –distintas mujeres, distintos lugares, daba el mismo resultado según Niklison– o por el “trabajo duro y penoso de la selva”, respecto a la tuberculosis. En efecto, los cuerpos femeninos aparecían como focos de contagios de enfermedades sexuales, en tanto y en cuanto el mal venéreo se tomaba sólo en relación a las mujeres, mientras que los varones eran tan sólo víctimas y no propagadores.
En Argentina, las voces antirreglamentaristas –principalmente médicos higienistas– abogaban por la abolición de la reglamentación de la prostitución, debido a que la misma propagaba el mal venéreo, a la vez que las prostitutas cuestionaban a la institución familiar (Grammático, 2000). Y, Niklison siendo parte de ese mundo social, donde circulaban distintas atribuciones sociales de lo que significaba ser mujeres, al menos “decentes”, tomaba partido –en estos asuntos como un observador externo–. Las presentaciones hechas por el inspector, con relación a las mujeres difieren significativamente de las construcciones simbólicas de los varones, mientras que las primeras sufrieron estigmatizaciones en cuanto al ejercicio de su sexualidad, los segundos quedaban victimizados. Sin mencionar que, siempre aparece “el” mensú como conchabado y sujetado y no las mujeres, que aparecen como un ornamento más del mensú.
Una vez más, en la historia regional nos debemos una relectura sobre las fuentes y las representaciones de los y las agentes para repensar las presuposiciones analíticas y la posición política de los/las intelectuales y académicos/as que hablaron “por” el grupo de trabajadores y trabajadoras en los yerbales.
Bibliografía:
*Grammático, Karín (2000), “Obreras, prostitutas y mal venéreo. Un Estado en busca de la profilaxis”, en Gil Lozano, Fernanda, et al, Historia de las mujeres en la Argentina, tomo 2, Taurus, Buenos Aires, pp. 117-135
*Níklison José Elías (2009) [1914], Vida y trabajo en el Alto Paraná en 1914, Ediciones Al Margen, Resistencia.
*Rau, Víctor (2005), Los cosecheros de yerba mate. Mercado de trabajo agrario y lucha social en Misiones, Tesis doctoral, Universidad de Buenos Aires, Repositorio UBA.
* Fotografía: Archivo General de la Nación, 1926.
[1] Rafael Barret fue un ensayista y periodista español radicado en Paraguay. Si bien el fragmento citado pertenece a la obra Lo que son los yerbales paraguayos, compete a todos los obreros/as regionales puesto que los/as mismos/as circulaban por los yerbales de Argentina –principalmente–, Paraguay y Brasil. Dentro del cuerpo del texto se deja ver lo mismo, entremezclándose lugares de procedencia y estadía laboral.
[2]Bajo la gobernación de Juan José Lanusse (1896-1905), en medio de las controversias planteadas por un grupo de médicos higienistas a nivel nacional –los que consideraban a la prostitución legal como actividad favorecedora de la propagación de la enfermedad venérea–, en 1903 se dictó una ordenanza municipal que obligaba a regular el ejercicio de la prostitución, por la que las mujeres debían inspeccionarse dos veces por semana, presumiendo que mediante el control de los cuerpos de las prostitutas se limitaría la difusión de las enfermedades y se protegería la salud de los varones trabajadores.
[3] El anticipo era un mecanismo por el que se adelantaba al trabajador una suma de dinero y mercancías, estableciéndose a partir de ese momento una deuda, que el mensú estaba obligado a saldar con trabajo en los yerbales (Niklison, 1914; Rau, 2005).
[4] El enganche o enganchamiento, significaba la pérdida efectiva de la libertad física de los trabajadores por haber recibido el anticipo, dado que mientras éstos no hayan saldado su deuda, el empleador se comportaba efectivamente como propietario de los mensú (Rau, 2005).
[5]El conchabador conocía las disposiciones y las características culturales de los mensú –indagadas pormenorizadamente por el inspector– seduciendo al obrero con la oferta de llamativas mercancías y “placeres” sensuales inmediatos: perfumes, pañuelos de seda, bebidas alcohólicas, burdeles, etc. En definitiva, todo se le mostraba al alcance de la mano, todo en calidad de anticipo, a condición de la sola firma sobre un papel: el formulario de conchabo. El mensú aceptaba y la justicia local certificaba –aunque se usaran fuerzas extraeconómicas– el “libre acuerdo de voluntades”.
La prostituta tenía una función de “comodín” entre el “anticipo” y el “enganche”. Por un lado, servía como “satisfacción de los más bajos placeres” para lo que era necesario el dinero del “anticipo”, pero para recibir el mismo debía firmar el formulario de conchabo, quedando efectuado el “enganche” del mensú (Niklison, 1914: p. 129).